El miedo….

Hoy, en este instante y después de los últimos acontecimientos, el artículo que os escribo no va relacionado con las elecciones de ayer, aunque vaya relacionado con el título de estos pensamientos. Quiero hablaros del miedo, cierto es que lo hemos sentido miles de veces a los largo de nuestra existencia: durante el crecimiento como personas y en la niñez, nuestro cuerpo experimenta miles de veces esa sensación, sobre todo cuando te enfrentas a lo desconocido o a una nueva etapa en la vida. Yo os voy a hablar de mí o más bien de lo que ya forma parte de mí.

Experimentar lo vivido en un tiempo que prefiero no especificar, es lo más duro que puede pasarle a un ser humano. En la vida se pierden miles de batallas, pero cuando realmente te das cuenta que vas a perder la guerra de tu vida, ahí el miedo se hace oscuridad. Obnubilado por todas las imágenes que empezaban a golpear mi alma sin remedio, el pánico empezó a desgarrarme con sus cuchillas afiladas y, como no soy persona imaginativa, el número de secuencias que comenzaron a rodear mi corazón, solo hacían que consiguiera que mi respiración se fuera convirtiendo poco a poco en una acaudalada expresión en mi rostro de vacío absoluto. Vacío, sí, si hay alguna palabra que pueda definir mejor el miedo es el vacío. Hay instantes en los que no llegas ni a sentir nada de lo que te rodea, puedes pasar horas y horas divagando entre recuerdos y dejar que ellos sean los únicos que alimenten tu ser….por más que te estés muriendo de hambre. Deseas con toda tu alma volver atrás en el tiempo y tragarte tu palabras, tus acciones y todo lo que en algún momento rodeo tu cuerpo de ese veneno tan odioso como es el orgullo.

No somos nada y nada seremos si no postramos nuestras venas ante nuestro errores. El ser humano se caracteriza por el raciocinio y sin embargo solo lo utilizamos cuando el mal es ajeno o la pena no llega a tocarte directamente. Los impulsos solo son eso, impulsos, sin pensamientos profundos, son balas cargadas de rencor y con el único propósito de hacer daño. Un daño que puede llegar a hacerte morir por dentro.

Lo he comprobado, ya sé lo que significa ese fallecimiento interno. Oscuridad, como dije antes, silencio, hastío, odio por ti mismo y soledad. Una soledad que no se llena con nada, solo con lo que ves que pierdes y te aferras a ello, como la incandescencia que necesita esta tierra para sobrevivir. Te ahogas en un pozo vacío, pero lleno de tus pesares y tus…..miedos.

Solo hay una cosa que puede evitar esa debacle y eso es la fe, la fe en lo que quieres, la fe en lo que tuviste y te ganaste a pulso, la fe en la certeza de que el «sin» tiene que ser «con», porque no hay nada más perfecto que ni más hermoso que hallar la verdadera sombra de tu alma, el velo que cubre tus preocupaciones cada mañana, la lumbre que desfoga todas tus iras y las convierte en roces de ternura. La viva imagen de todo eso es el miedo, es la doble cara de un espejo, que espera pacientemente para atacarte.

La moraleja es sencilla, el miedo nos mantiene vivos, pero es vencible más allá de la muerte. Vivir por amar no es una condena, la condena es vivir sin haber amado.

Óscar Lamela Méndez

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