Reseña de «Los vencejos» de Fernando Aramburu
Sonará repetitivo si eres de aquellas personas que me sigue en mi canal de Youtube y ya viste mi reseña sobre esta novela, pero es que no puedo empezarla de otra manera. Es la primera vez que juego tras un teclado contra incertidumbre absoluta y creo que llevo las de perder. No es coña lo que os voy a afirmar, no os puedo asegurar al cien por cien si esta historia me ha gustado o no. Quizás, cuando os de la nota final, creeréis que me contradigo a mi mismo; sin embargo, creo que la suma de otras muchas cosas que nos aporta la última novela del escritor vasco Fernando Aramburu, compensa con creces otras carencias.
Antes de adentrarnos de puntillas en la vida de Toni (el protagonista de este viaje), quiero dejaros claros ciertos puntos. Aramburu es un mago de las palabras. Su prosa es una absoluta maravilla y quizás por ello, a pesar de que la novela este compuesta por capítulos cortos, se hacen largos por la calma que transmite su narrativa y que te obliga a recrearte en lo que te cuenta. Verdades como puños que ahondan en lo más hondo del ser humano y que se reflejan en un hombre tan especial como este profesor del que os voy a hablar.
Toni, como os acabo de decir, es un docente de instituto que un buen día decide poner fin a su vida. Se da concretamente una año de margen para el ocaso, el tiempo justo para que a través de un diario nos cuente todo por lo que pasó en ese viaje de millones de latidos que componen su existencia. Esa que ve obsoleta por todo lo que le rodea; unos singulares amigos, una familia rota, una profesión sin metas ni motivaciones, una vida sexual patética y para colmo, el acoso de una persona que se dedica a meterle notas anónimas en su buzón.
Aunque Aramburu nos trata de mostrar a un personaje meticuloso, serio y lleno de escasos matices que te hagan empatizar con él, el mensaje oculto del autor se refleja a través de los secundarios de esta historia. Ninguna de sus vidas son de color de rosa, pero detrás de todos ellos hay un canto a la esperanza, el amor, la amistad y muchas otras cosas que Toni ya no contempla en su horizonte.
La curiosa forma en la que se nos muestra al principio la lista de personajes en una especie de árbol genealógico, es maravillosa. Aún así, no necesitas apenas consultarlo, pues como os digo el escritor de San Sebastián dota a cada uno de los personajes de características inolvidables. Patachula, el mejor de todos, amigo de siempre de Toni y que es apodado secretamente así por el profesor porque perdió un pie en el trágico atentado del 11M y es quién le proporciona el cianuro con el que se va a matar y que decide irse al otro barrio con él; su primera novia Águeda, que a mi particularmente me ha dado cierto repelús; su ex Amalia, una tía insoportable que se lleva toda su existencia amargando la de Toni; su hijo Nikita (Nicolás), un auténtico desastre que desde su infancia se veía como iba a acabar; su hermano Raulito, archienemigo desde pequeños, aunque sea Toni el que siempre le hizo la vida imposible; sus padres, una pareja rota por el alcoholismo de él y la tristeza de ella; sus insoportables suegros y algún que otro personaje más. Caso a parte, quiero destacar a dos muy entrañables, su perra Pepa (que se hace con el cariño de sus amigos) y su muñeca hinchable Tina (regalo de Patachula). Me olvido de muchos otros, y que son también trascendentes para el desarrollo de la trama y esa filosofía de vida de un Toni que desgrana detalles escabrosos a veces, sentidos en otros y a veces deleznable por su parte, causados por es inapetencia de seguir viviendo.
Un viaje que me niego a desbrozaros más. Debéis leer esta novela para sacar vuestras propias conclusiones y maravillaros con frases y estrofas enteras en las que Fernando Aramburu demuestra lo fácil que es adorar su pluma y el virtuosismo con el que saca a bailar nuestros pensamientos más oscuros y que todos en alguna ocasión hemos vomitado en la intimidad. A todos nos ha tocado alguna vez bailar con la más fea o el más feo. Es ley de vida.
Si tengo que poner un pero a esta epopeya particular, es al final de la misma. No me ha terminado de convencer, pero si sorprender levemente. Además de que nos ha dejado con la miel en los labios de saber quién era la puñetera persona que le mandaba los anónimos (que incluso yo llegué a creer que se los mandaba así mismo en momentos de absoluta locura).
Como anécdota final y personal, quiero dejar constancia en esta reseña mi desagrado con la editorial Tusquets, que como algunos ya sabéis, tras comprar este libro en la Feria del libro de Madrid de hace dos ediciones y al decidirme hace cosa de un mes a leer este libro; descubrí un defecto en su impresión, que me impedía leer el final del libro y que tras prometerme un nuevo libro que nunca llegó, tuve que terminar su lectura con una nueva adquisición en ebook. Al menos lo tengo firmado por el autor.
A pesar de ello, no puedo negar que este hombre escribe deliciosamente. Por ello, mi puntuación debe ser la de 8 sobre 10.